viernes, 3 de octubre de 2008

A R M E N I A


1994, Argentina. Jorge Karamanukian y un grupo de aproximadamente 40 adolescentes, también descendientes de armenios, experimentaban la enorme satisfacción de partir hacia Armenia. Jorge había sido elegido por estos alumnos de 5to año del Colegio San Gregorio del Iluminador, donde se desempeñaba como profesor desde hacía 20 años, para compartir esta experiencia: Conocer la Armenia soñada, esperada y añorada por todos aquellos que poseían y poseen el gran júbilo de su recuperación.
Al bajar del avión de la línea Armenia Airlines y pisar tierra en Yereban, lo cual sólo era posible fuera del mundo de los sueños desde hacía muy pocos años, y sólo a través de sueños se lograba un transparente contacto, experimentaron la profunda emoción que sólo es capaz de sentir aquel que añora a Armenia en su sangre.
Jorge marcaba sus pasos sobre la calle Dikran sintiendo el aroma de la Arisa (comida típica armenia). En sus oídos resonaba una frase, eje de un diálogo entre su bisabuela y su abuela, Lusín, que esta última le contaba cuando él era pequeño: “Dejaremos la comida calentándose sobre las brasas porque nos han convocado a la plaza central, ya que deben decirnos algo”.
Abril 1915, Armenia. Lusín estaba en su casa con su mamá, quien preparaba Arisa para el almuerzo, cuando esta frase marcó el comienzo de una vorágine de horror que ni el adulto más macabro hubiera logrado imaginar. Durante años recordó la imagen de aquellos hombres colgados en la plaza. No lo entendía; por suerte a los 6 años era aún muy pequeña para comprenderlo.
Con la promesa de trasladarlos a un lugar mejor, fueron llevándolos en caravana hacia el desierto. Fue una marcha interminable, en la cual innumerables seres humanos armenios, además de ser despojados de sus pocas pertenencias, fueron sometidos a golpes, violaciones, hambre, sed. Muchos iban encontrando la muerte, mientras los demás eran plenamente conscientes de lo poco que podía quedarles de vida.

Jorge y toda la camada de adolescentes que iban a su lado quedaron sorprendidos de lo alagados que estaban siendo por los habitantes de armenia. Les ofrecían un banquete de innumerables patos típicos, les ofrecían comida, vivienda, les ofrecían todo lo que pudieran darles. Estaban sorprendidos ellos también, estaban viviendo un sueño que jamás imaginaron que vivirían. Después de el genocidio aun habían armenios en distintas partes del mundo, aun se hablaba el idioma, aun se peleaba por su recuperación.
El crepúsculo que se formaba anunciando la noche acompañaba incansablemente a esas almas encadenadas, rápidamente y casi sin pensarlo Lusín y su madre logran escapar y correr hacia los establos de los campesinos turcos que las atendían con un yougurth y un pedazo de pan árabe y también les daban hospedaje al lado de las vacas y las ovejas. Y así fue como recorrieron casa tras casa, escapando todas las noches hasta llegar a la capital de Turquía. Fue en ese momento donde Lusín y su madre se separaron. La pequeña quedo a cargo de una familia amiga para que la cuidara, pero al enfermarse no les era útil para los servicios domésticos de la casa por lo que tuvo que hacer reposo hasta recuperarse y luego se la devolvieron a su madre.
Jorge agacha la mirada en mitad de los festejos por la llegada de descendientes de armenios y piensa: “que suerte que tuvo Lusín de que la familia haya sido amiga, sino seria llevada como tantas otras armenia al Harem donde probablemente quedaría allí de por vida”.
Lusín viajó con menos de 18 años a América para encontrarse con su futuro marido el que había sido asignado previamente y del que sólo conocía de él su imagen en una fotografía. Buenos Aires sería su próximo destino para continuar con su vida.
Está estimado que un millón y medio de Armenios fueron exterminados entre 1915 y 1923. La población armenia del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial era de aproximadamente dos millones. Más de un millón fueron deportados en 1915. Cientos de miles fueron masacrados en el acto. Muchos otros murieron por inanición y epidemias que arrasaban en los campos de concentración. Entre los armenios que vivían en la periferia del Imperio Otomano, muchos escaparon al destino de sus compatriotas de las provincias centrales de Turquía. Más de diez mil armenios en el este de Turquía escaparon a la frontera con Rusia llevando una vida precaria como refugiados. La mayoría de los armenios residentes en Constantinopla, la capital de Turquía, fueron deportados. En 1918 el régimen de los Jóvenes Turcos llevó a cabo una guerra en los Cáucasos donde aproximadamente 1.800.000 Armenios vivían bajo la dominación de Rusia. Las fuerzas Otomanas avanzaron por el este de Armenia y Azerbaiján donde también se estaban llevando a cabo masacres sistemáticas contra el pueblo Armenio. Las expulsiones y masacres realizadas por los Turcos Nacionalistas entre 1920 y 1923 sumaron cientos de miles de nuevas victimas. Para 1923 las tierras de Asia Menor y la histórica Armenia del oeste, fue expugnada de la totalidad de su población Armenia. La destrucción de las comunidades Armenias en esta parte del mundo fue total.
Hoy en día, las familias armenias se reúnen en distintas partes del mundo, se respeta el día 24 de abril de cada año y añora que se reconozca el genocidio armenio para que Turquía devuelva todas las tierras expropiadas, entre ellas el monte Ararat, monte que injustamente los armenios solo pueden acercarse a distancias lejanas y contemplarlo desde un largo trecho que los separa.

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